Mientras los músicos toquen yo cantaré al Señor con todo el corazón

Esta es la historia de una jovencita que perteneció a una familia patricia de Roma, y por lo tanto, era culta y tenía gusto y afición por ejecutar los instrumentos musicales de aquel tiempo.  Ella, desde muy pequeña había sentido mucha inclinación al cristianismo, y por eso, tomó una íntima decisión que la llevaría a ser una huésped de la eternidad:  Había consagrado a Dios su virginidad.  Su nombre era Cecilia.  Su padre, romano, que veía las cosas de un modo diferente, decidió casarla con un joven patricio llamado Valeriano. El día del matrimonio, en tanto que los músicos tocaban y los invitados se divertían, Cecilia se sentó en un rincón a cantar a Dios en su corazón y a pedirle que la ayudase.  Cuando los jóvenes esposos se retiraron a sus habitaciones, nupciales, Cecilia, armada de todo su valor, le dijo dulcemente a su esposo: 

- Tengo que comunicarte un secreto. Has de saber que un ángel del Señor vela por mí. Si me tocas como si fuera yo tu esposa, el ángel se enfurecerá y tú sufrirás las consecuencias; en cambio si me respetas, el ángel te amará como me ama a mí. 

Valeriano replicó: 

- Muéstramelo.  Si es realmente un ángel de Dios, haré lo que me pides. 

Cecilia le dijo: 

- Si crees en el Dios vivo y verdadero y recibes el agua del bautismo verás al ángel. 

Valeriano accedió y fue a buscar al obispo Urbano, quien se hallaba entre los pobres. Urbano le acogió con mucha alegría. Entonces se acercó un anciano que llevaba un documento en el que estaban escritas las siguientes palabras: 
Un solo Señor, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todo y en nuestros corazones.
Urbano preguntó a Valeriano: 

- Tú... ¿Crees esto? 

Valeriano respondió que sí y Urbano le confirió el bautismo. Cuando Valeriano regresó a donde estaba Cecilia, vio a un ángel de pie junto a ella!..  El ángel colocó sobre la cabeza de ambos una guirnalda de rosas y lirios, coronándolos como esposos.  
Al poco tiempo después llegó Tiburcio, hermano de Valeriano y los jóvenes esposos le ofrecieron también una corona inmortal si renunciaba a los falsos dioses romanos.  Tiburcio se mostró incrédulo al principio y preguntó: 

- ¿Quién ha vuelto de más allá de la tumba a hablarnos de esa otra vida? 

Cecilia le habló largamente de Jesús. Tiburcio recibió el bautismo, y al punto vio muchas maravillas. Desde entonces, los dos hermanos se consagraron a la práctica de las buenas obras tanto así, que después de tanto, ambos fueron arrestados por haber sepultado los cuerpos de los mártires.  
Almaquio, el prefecto y perseguidor de los cristianos, ante el cual comparecieron, empezó a interrogarlos., pero las respuestas de Tiburcio le parecieron, desvaríos de loco. Entonces, volviéndose hacia Valeriano, le dijo que esperaba que le respondan en forma más sensata. Valeriano replicó que tanto él como su hermano estaban bajo cuidado del mismo médico, Jesucristo, el Hijo de Dios, quien les dictaba sus respuesta.  En seguida comparó, con cierto detenimiento, los gozos del cielo con los de la tierra; pero Almaquio le ordenó que cesase de disparatar y dijese a la corte si estaba dispuesto a sacrificar su vida a los dioses romanos para obtener la libertad. Tiburcio y Valeriano replicaron juntos: 

- No, no sacrificaremos a los dioses, sino al único Dios, al que diariamente ofrecemos sacrificio. 

El prefecto les preguntó si su Dios se llamaba Júpiter. Y Valeriano respondió: 

- Ciertamente no. Júpiter era un libertino infame, un criminal y un asesino, según lo confiesan vuestros propios escritores. 

Indignado, el prefecto los mandó a azotar.   Ellos hablaron en voz alta a los cristianos presentes: 

- ¡Cristianos romanos, no permitáis que mis sufrimientos os aparten de la verdad! ¡Permaneced fieles al Dios único, y pisotead los ídolos de madera y de piedra que Almaquio adora! 

A pesar de todo, y por ser romanos, el prefecto tenía aún la intención de concederles un respiro para que reflexionasen; pero uno de sus consejeros le dijo que emplearían el tiempo en distribuir sus posesiones entre los pobres, con lo cual impedirían que el Estado las confiscase. Así pues, fueron condenados a muerte. La ejecución se llevó a cabo y con ellos, el mismo funcionario de Almaquio, llamado Máximo, el cual, al estar viendo la fortaleza de estos dos mártires, en el mismo momento de la ejecución, también se declaró cristiano, y fue torturado junto a ellos.  Cecilia sepultó los tres cadáveres. Fue muchas veces fustigada para desistir de la fe, por ser romana. Pero en vez de eso, ella convirtió a los que la inducían a hacerlo, tanto así, que el Papa Urbano fue a visitarla en su casa y bautizó ahí a 400 personas, entre las cuales se contaba a Gordiano, un patricio, quien años después estableció en la misma casa de Cecilia una iglesia. 
Los funcionarios de Almaquio, apresaron a Cecilia, y durante su juicio, el mismo Almaquio discutió detenidamente con ella. Su actitud le enfureció, pues ésta se reía de él en su cara y le atrapó con sus propios argumentos.  Finalmente, Almaquio la condenó a morir sofocada en el baño de su casa. Pero, por más que los guardias pusieron en el horno una cantidad mayor de leña, Cecilia pasó en el baño un día y una noche sin recibir daño alguno. Como sobrevivió, la pusieron en un recipiente con agua hirviendo, pero también permaneció ilesa en el ardiente cuarto. Por eso el prefecto decidió que la decapitaran allí mismo. El ejecutor dejó caer su espada tres veces pero no pudo separar la cabeza del tronco. Huyó, dejando a la virgen bañada en su propia sangre.  Cecilia pasó tres días entre la vida y la muerte. En ese tiempo los cristianos acudieron a visitarla en gran número. Al morir, fue sepultada junto a la cripta pontificia, en la catacumba de San Calixto. 
En el año 1594 el papa Gregorio XIII la canonizó y le dio oficialmente el nombramiento de Santa Cecilia, por «haber demostrado una atracción irresistible hacia los acordes melodiosos de los instrumentos. Su espíritu sensible y apasionado por este arte convirtió así su nombre en símbolo de la música.»  Aparte de esto, se dice que la reputación artística de Santa Cecilia fue, probablemente, el resultado de una mala traducción de las Actas de Santa Cecilia, en donde dice en latín:

Venit díes in quo thálamus collacatus est, et, canéntibus organis, il·la Cecilia virgo in corde suo soli Domino decantábat dicens: Fiat Dómine cor meum et corpus meus inmaculatum et non confundar.

(Vino el día en que el matrimonio se celebró, y, mientras sonaban los instrumentos musicales, ella la virgen Cecilia en su corazón a su único Señor cantaba diciendo: Haz, Señor, mi corazón y mi cuerpo inmaculados y no sea yo defraudada.)

La palabra latina órganis es el plural de órganum, que significa ‘instrumento musical’ se tradujo como ‘órgano’.   Entonces la frase: "mientras sonaban los instrumentos musicales, ella le decía al Señor" se volvió "ella cantaba y se acompañaba con un órgano". 
Y así Santa Cecilia se volvió patrona de la música, y a partir del siglo XV se empezó a pintar a la santa cargando un pequeño órgano u otros instrumentos (un clavicémbalo, un laúd, etc.).  
A través de los siglos, la figura de Santa Cecilia ha permanecido venerada por la humanidad con ese padrinazgo. Por alguna razón, en algunos textos el 22 de noviembre aparece erróneamente como su fecha de nacimiento (aunque la tradición señala que se trata del día de su muerte), que ha sido adoptada en muchos países como el Día de la Música.   Desde el siglo XVII en Francia, Italia y Alemania se celebraba su día con festivales musicales. 
En 1683, la Sociedad Musical de Londres estableció los festivales anuales del Día de Santa Cecilia, donde hasta el día de hoy participan los más grandes compositores y poetas británicos.   Aquella iglesia creada en la casa de Cecilia, que después, el mismo Papa Urbano consagró, a Santa Cecilia, es ahora la actual Basílica Santa Cecilia en Trastévere.  
En 1599, el cardenal Sfondrati restauró la iglesia en honor a la Santa en Transtévere y volvió a enterrar las reliquias de los cuatro mártires.  Se cuenta que, en ese año se permitió ver el cuerpo de Santa Cecilia al escultor Maderna, quien esculpió una estatua de tamaño natural, muy real y conmovedora. 
No estaba de espaldas como un cadáver en la tumba, sino recostada del lado derecho, como si estuviese en la cama, con las piernas un poco encogidas, en la actitud de una persona que duerme.


Hoy, la estatua se halla en la misma Iglesia de Santa Cecilia, bajo el altar, próximo al sitio en el que se había sepultado nuevamente el cuerpo en un féretro de plata.  Sobre el pedestal de la estatua puso el escultor la siguiente inscripción:
He aquí a Cecilia, virgen, a quien yo vi incorrupta en el sepulcro. Esculpí para vosotros, en mármol, esta imagen de la santa en la postura en que la vi.
Esta historia ha sido repetida con tanto cariño durante muchos siglos, y data aproximadamente de fines del siglo V.   No se puede decir que sea verídica ni fundada en documentos auténticos, pero lo único que sabemos con certeza sobre San Valeriano San Tiburcio es que fueron realmente martirizados, al igual que San Máximo.  Juntos con Santa Cecilia  forman el grupo de los Cuatro Santos Coronados.  No olvidemos, de ella, que...
Mientras sonaban los instrumentos musicales, ella en su corazón a su único Señor cantaba.

 por Miguel Castro M.

Comentarios

  1. Precioso, Miguel. De verdad, muy precioso. Muchas gracias por este excelente aporte.

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  2. Alba Garcésnoviembre 29, 2011

    Que excelente artículo Miguel, recibe mi aplauso.

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  3. juan almeidanoviembre 29, 2011

    oye no!!!! jamas entendi sobre santa cecillia

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  4. Emotivo. Sublime. Hermosa historia de Amor hacia Dios, hacia su esposo y amigos.

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