Abre tu puerta para que no se moje el Señor!

En 1964, un futbolista conocido como Juan "el Pato" Araujo colgó un día los pupos de centro delantero, al igual que su camiseta y puso un taller en el garaje de su casa.  Tenía una vida próspera cuya felicidad se vio truncada con la grave enfermedad de uno de sus hijos. Lo llevó a los mejores médicos, y gastó dinero sin que hallaran remedio.  

Con un hilo de esperanza en su desesperación, acudió muchas tardes a la Iglesia de San Lorenzo, a pedirle al Jesús del Gran Poder, que lo curase.  Un día y otro fue, hasta que el pobre muchacho no resistió más y murió...

Entonces, enrrabietado por el dolor, fue de luto a San Lorenzo y, encarándose con el Jesús del Gran Poder le dijo:

- Señor, vine a que sepas, que no vengo más a verte, porque no has querido salvar a mi hijo.  Así que si quieres verme, vas a tener que ir tú a mi casa.

Y se retiró muy furioso y desconsolado.

Pasaron muchos años, se celebró en Sevilla una Santa Misión en la que las imágenes de Semana Santa fueron llevadas a los barrios para una procesión y así fomentar la devoción en el pueblo. Y llevaban al Señor del Gran Poder, sobre los hombros, hacia aquel lugar, para la procesión.

Cuando llegó la noche, inesperadamente inició a llover. Los hermanos que portaban al Jesús del Gran Poder, buscaron de inmediato refugio para la imagen bajo la lluvia. Y vieron la puerta de un garaje.  

Dando intempestivos golpes en el portón, bajó el dueño a abrir, y desde dentro preguntó quien era y oyó que le decían desde el aguacero:

- Abra por favor!... Somos de la procesión!... Abra para que no se moje el Señor!

Y resultó ser... que aquel garaje, era el de Juan Araujo.

Y al abrir la puerta y ver al Señor con la cruz a cuestas entrar a su casa, le entró por su cuerpo una sensación de emoción muy distinta a cuando marcaba los goles.  Recordó sus palabras encorajinadas por el dolor, en la Iglesia de San Lorenzo. El Señor del Gran Poder, estaba frente a sus ojos, como cumpliendo un desafío de hombre, y venía a verlo a su casa!..

Juan entonces, cayó de rodillas y lloró, y entendió que el Gran Poder del Señor está en hacer y aceptar su Santa Voluntad.  Y desde entonces no faltó más a las celebraciones en nombre del Señor.

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